Francisco Ibáñez, un referente de vida

Cuando un artista nos deja, queda el consuelo de que sus obras permanecen, de que podemos volver a ellas o redescubrirlas cuando nos plazca. Sin embargo, con la muerte de Francisco Ibáñez, el mejor, el más divertido, comprometido y original creador de comics que ha habido y habrá en la historia de nuestro país, será diferente. Cuando, en adelante, tenga lugar un Mundial de fútbol, unos Juegos Olímpicos, salte a la palestra un tema de naturaleza político-social o surjan personajes susceptibles de formar parte de una nueva aventura de Mortadelo y Filemón, nos acordaremos de Ibáñez y pensaremos en las ocurrencias que tendría en mente en cada caso. Un poco como Berlanga.

Desde pequeño hasta el día de hoy, de Ibáñez he leído fundamentalmente a Mortadelo y Filemón, Rompetechos y 13, Rue del Percebe. Con la excepción de Doña Urraca, no tuvieron rival frente a otros personajes de tebeos. Era Ibáñez frente al resto y siempre por encima del resto: se hacían insignificantes frente a los agentes de la T.I.A, al cegato cabezotas y a aquel piso tan surrealista como inolvidable. 

Conservo muchos de aquellos tebeos encuadernados artesanalmente en dos tomos. Marcaron mi niñez; me ayudaron a encarar noches en las que padecía muchos miedos infantiles e insomnio; conectaron mi universo personal con ese mundo exterior que comenzaba poco a poco a conocer y a comprender; me hicieron sonreír y me evadieron de los tres últimos años de aquella EGB en que sufrí bullying escolar; aplacaron mi montaña rusa de hormonas adolescentes; aliviaron mi paso a la edad adulta; y han seguido acompañándome intermitentemente.

En los últimos meses de 2017, sufrí un episodio de depresión severa, donde solo había oscuridad. Durante las primeras semanas, el tratamiento no respondía. Era incapaz de reaccionar, de responder. No quería salir de casa ni tener contacto con propios y extraños. Era un zombi zarandeado por un vacío insoportable de negruras. Un cambio de tratamiento, tras más de dos largos meses, que tuve que buscar fuera de Ceuta, en Algeciras, dada la insensatez del único profesional que me atendía en mi localidad, comenzó a hacer efecto muy lentamente. Haciendo tiempo para una consulta, la brumas que me paralizaban se abrieron en la planta de la librería de El Corte Inglés: allí se encontraba una edición integral de 13, Rue del Percebe. Saqué fuerzas para comprarla, empujado también por mi mujer. 

Al llegar a Ceuta, coloqué aquel precioso y enorme libro en una estantería. Allí estuvo durante semanas, sin que me animara a leerlo. En cierta ocasión, sin que nada lo motivara, al pasar por su lado, me quedé mirando, inmóvil, al lomo: "Voy a leer una historieta diaria. ¿Y si me evade?". Por la noche, cogí la integral de 13, Rue del Percebe. A la noche siguiente, hice lo mismo. Y a la otra. Al cabo de una semana, pasé a leer no más de tres historietas diarias. Se trataba de una imposición para que aquel oasis en medio de la tormenta no se acabara pronto. Su lectura derivó pronto en una suerte de terapia que contribuía, junto a la medicación, a curarme, a devolverme al mundo de los vivos, a reencontrarme conmigo mismo, con aquel Rafa que se difuminó y que traía de cabeza, irreconocible, a quienes lo rodeaban y conocían.

La casualidad quiso que, casi al terminar aquel volumen, se publicaran otros dos con la integral de Rompetechos. Así fue cómo Francisco Ibáñez se erigió, sin yo esperarlo, en aquel escudo protector que fue durante mi infancia y adolescencia. Me salvó nuevamente. 

Gracias por todo, maestro. Que la tierra te sea leve, como afirmamos los de tu cuerda, los rojos: con tus obras, seguirás haciendo nuestra vida más soportable y divertida.

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