El maestro que cuenta su historia a través del cine
Artículo publicado el 3 de marzo de 2025 por la periodista Gabriela Sardá para El Pueblo de Ceuta, quien previamente solicitó una entrevista conmigo. Agradezco a su autora no solo la posibilidad de trasladarlo a mi página, sino también las más de dos horas de conversación terapéutica que mantuvimos en el salón de mi casa. Su calidad profesional y humana dio lugar a un retrato realmente emocionante y fiel a mí mismo.
El maestro que cuenta su historia a través del cine
Rafael Morata abre su particular y cinéfila “habitación verde” para narrar su vida en tercera persona, apoyado en sus directores admirados, con la mezcla de discreción y “pasión” que le caracteriza.
Morata toma asiento en un sofá acolchado, junto a un televisor en el que visualiza menos metrajes de los que le gustaría; los que su ajustado tiempo libre le permite. Maestro desde que saliera airoso de las oposiciones celebradas en septiembre de 1997, al ceutí no le gustan “los libros de texto” que sostienen la Educación Primaria actual, por lo que no se conforma con ellos. Adapta “los contenidos” y elabora tareas más prácticas, o modifica las lecturas por otras más atractivas. Lo hace a pesar de menguar su descanso, para despertar la curiosidad en sus alumnos -lo que le vale el agradecimiento de los padres- y por coherencia con su forma de ver y vivir la vida: “con mucha pasión”.
Tan solo al narrar su faceta docente se permite usar la primera persona en más de una ocasión. No es de los que disfrutan del “alarde” y prefiere “pasar desapercibido”; por eso, al contar su historia de vida, Rafael Morata tira del cine que le dio sentido. El ceutí va cosiendo sus recuerdos apoyado en terceros, aquellos directores que marcaron sus etapas y que, pese a la diversidad latente entre ellos, comparten la emoción indispensable para un ceutí de apariencia tranquila. “Siempre es mejor pasarse de pasión. Fassbinder decía: ‘No es posible la vida sin pasión’”, insiste durante una conversación de dos horas en las que refiere casi 30 cintas y otra treintena de cineastas. Algunos admirados, otros odiados.
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Morata en el sofá del salón de su casa durante una entrevista con este diario. / FOTO G.S. |
Por ejemplo, y a sabiendas de que su opinión genera controversia entre los cinéfilos de culto, confiesa su desagrado hacia Woody Allen o John Ford. Tampoco le satisface Lars Von Trier, Jean-Luc Godard, el polémico Albert Serra ni el popular Robert Eggers. En resumen, ninguno de ellos le llega a "las entrañas", "a las vísceras". Ninguno le hace sentir como esos a quienes venera, que no son pocos. Ford, por regodearse en el Western y la “camaradería masculina”, Godard por priorizar la “intelectualidad” a las emociones y por “dirigir” al espectador con mensajes políticos demasiado “obvios”. Serra y Eggers, por esforzarse tanto en parecer buenos y "artificiosos"; tanto que, para él, no les sale “natural”.
“Y el problema no está en las películas, está en mí como cinéfilo. Valoro lo que hacen, yo sé que el equivocado soy yo”, reconoce Morata, quien presume -por poco que lo haga- de que su “cinefilia”, sea más o menos compartida, goza, irrebatiblemente para él, de “coherencia”. No fue algo pretendido, pero ha llegado a tal conclusión tras estudiar a sus cineastas admirados y comprobar que siempre había temáticas, concepciones del arte y ejecuciones parecidas.
Los dioses
En la cima del altar de sus veneraciones se encuentra el alemán Rainer Werner Fassbinder. Tiempo después de que sus “películas raras” -como las bautizó siendo un niño- le cambiaran la vida, descubrió que su favorito fue inspirado por aquellos directores a quienes comenzó a admirar años antes, como Josef von Sternberg y Douglas Sirk. "¿Te das cuenta? Sin saberlo, había coherencia", remarca. A lo largo de los años, descubrió y adoró la “artificiosidad” y la humanidad de Alfred Hitchcock, Stanley Kubrick, Pedro Almodóvar, Charles Chaplin, Akira Kurosawa, Aki Kaurismäki, François Truffaut, Luchino Visconti o Arturo Ripstein.
“Todo lo que he ido descubriendo del cine, mi idea del cine, ha girado siempre en torno al melodrama, al artificio de películas que me digan algo, con una crítica social sutil, y las gamberras, a lo Brian De Palma”. El amor por todos los artistas referidos, con los que se topó Morata casi por casualidad, trata de inyectárselo a los miembros de su cineclub ‘El cine por delante’. Dos días al mes intenta adoptar el "papel de Pilar Miró" y sus sesiones de cine los sábados por la noche en el segundo canal. “Yo soy cinéfilo por Televisión Española, donde veía películas de Jean Renoir, de Truffaut, de Tarkovski, y quiero darles la oportunidad -a los miembros del cineclub- de que conozcan ese cine”.
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Morata señala a su biblioteca, ordenada por nacionalidades de los directores de las cintas. / FOTO: G. S. |
El espacio que le ofrece la Biblioteca Pública Adolfo Suárez le permite proyectar sus películas favoritas para un público que aplaude y debate en torno a sus selecciones. A la institución cultural ha donado numerosos DVDs de cintas que ya tiene en un formato superior, el Blu-ray. Tiene colecciones enteras de algunos de sus directores favoritos, como Pier Paolo Passolini o Luis Buñuel. Ha adquirido alguna película de la que comercializaron tan solo “dos o tres ejemplares en España o en Estados Unidos”.
Si las compró por 12 euros hace años, su precio ha ascendido hoy hasta los “200 dólares”. Pero nunca se ha planteado vender ni una sola carátula. “No me gusta hablar de ello, pero las películas que tenía en DVD y de las que he comprado en Blu-ray, las he donado a la biblioteca. ¿Vender? Nunca. Yo no gano dinero con esto”, asevera. Tampoco saca rédito económico de su labor divulgadora sobre la vida y la obra de su cineasta más admirado, Fassbinder. Tiene una página web dedicada enteramente al alemán, la cual ha sido “linkeada” por su Fundación y le ha permitido presentar ciclos dedicados al director en la península.
Un cúmulo de extrañas circunstancias separó a Morata de seguir el camino de sus respetados artistas. Antes de cumplir la mayoría de edad, ya era consciente de su amor por el cine. Aplicó a la Complutense, para estudiar Imagen y Sonido, y fue aceptado. Se fue para Madrid, pero lo hizo con dos meses de retraso. Sus padres querían que, antes de marchar a la capital, pasara por quirófano para librarse de una fístula que le dolía y supuraba. La operación tuvo lugar en septiembre, “con la idea de empezar las clases en octubre”. Pero la fístula se infectó, pasó una semana hasta que volvieron a intervenirle.
Cuando llegó a Madrid, “hijo único, solo, en un colegio mayor donde no conocía a nadie”, comenzó a aterrarse ante la idea de ser objeto de las típicas novatadas. Él, cuya herida continuaba abierta. La carrera ya estaba empezada, por lo que tuvo que pedir los apuntes de los últimos dos meses. La presión no fue soportable, y, en enero, cogió las maletas y se fue sin decir nada.
“Mi vocación era esa. Por un lado, me alegro de no haber estudiado Imagen y Sonido, porque el tipo de película que yo hubiera hecho no habría tenido salida, o habría tenido que aceptar encargos. Y tú me puedes pedir cualquier cosa, menos dejar de ser yo”, reflexiona tras evocar un recuerdo que sigue clavado en su lúcida memoria y, aún hoy, le causa “dolor”. Sabe Morata que no habría soportado abandonar su identidad por las demandas del mundo del cine, y se tranquiliza sabiendo que en el universo que acabó eligiendo, el de la docencia, sí tiene margen para dejar a un lado los planes de estudio y hacer lo que siente. Incluso para el Magisterio le vale la frase de Fassbinder, “No es posible la vida sin pasión”.
“Si hay gente que se deja influir por la literatura, yo me dejo influir por los escritores cinematográficos”
El niño y la emoción
Tenía cinco años cuando, sentado en una butaca del antiguo cine Terramar, frente a la Comandancia de la Guardia Civil, vio con su madre ‘Una mujer de Cabaret’ (1974), de Pedro Lazaga, enamorándose de la belleza de Carmen Sevilla y el melodrama de la trama, mientras esperaban a que su padre se quitara el uniforme de la Benemérita. “Al término de la película, ella le daba un botellazo a un empresario explotador y acababa cantando la canción de Nino Bravo, ‘Te quiero, te quiero’. Mientras ella cantaba, el teatro se iba llenando de la policía que esperaba para detenerla. Me gustó mucho ese final”, recuerda Morata, que bebió del cine que proyectaban en Televisión Española las noches de los sábados, gracias a que sus padres, aunque protectores con su hijo único, no le ponían “cortapisas”.
Cuando era un niño estrenaron ‘La guerra de las galaxias’ (1977), E.T (1982) y otros muchos taquillazos de ciencia ficción que enamoraron a los de su edad. No a él. Sí reconoce que disfrutó con ‘Superman’ (1978), “porque le veía un punto de debilidad, que era la criptonita”. Le gustaba que sufría, que sentía que, a veces, “el malo” le ganaba. Buscando en el baúl de su memoria aparece la primera vez que visionó una cinta de Carlos Saura, ‘Cría Cuervos’ (1975), de la que no entendió “nada”, pero le “fascinó”. Comenzó a bautizar esas películas como “películas raras”.
Con 10 años, su padre le hizo el regalo que marcó “un antes y un después” en su relación con el Séptimo Arte. Era un aparato que le permitía grabar las películas que proyectaban en la tele. Así conoció las dos películas que más vio durante su infancia. ‘Imitación a la vida’ (1959), de Douglas Sirk, y ‘Marnie la ladrona’ (1964), de Alfred Hitchcock. Garantiza saberse los guiones de ambas “de memoria”.
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Sección española, con un retrato de Pedro Almodóvar, de la biblioteca de Morata. / FOTO G.S. |
Ni siquiera de pequeño se interesó por las películas de acción, por aquellas que, perdónese el “tópico”, “más solían gustar al género masculino”, a los niños de su edad. Con 13 años fue consciente de su amor por los melodramas, tras descubrir a uno de sus directores de referencia, Josef von Sternberg. “Eran melodramas muy artificiales. Siempre había objetos delante de los actores, la cámara se movía sobre ellos. No disimulaba que la puesta en escena o las interpretaciones eras artificiales, él era consciente de ello. Era puro cine en los años 30”, describe.
En ‘Fatalidad’ (1931) descubrió su entusiasmo por la crítica social en el arte. Un soldado lanzaba un “discurso feminista” antes de ser fusilada la protagonista, tras descubrirse que era una espía. En contra del asesinato de la chica, soltaba “una oda a la mujer” mientras ella abría un espejito para retocar su maquillaje antes de morir. “Es increíble y moderno incluso ahora, y fue rodado en los años 30”, expresa sonriente. Más tarde tuvo “una revelación” con Luis Buñuel y su ‘Viridiana’ (1961), que fue prohibida por la censura franquista durante años. Con una parodia de La última cena y otros toques “muy antirreligiosos”. El dictador fracasó en su intento de quemar todas las copias, y Morata pudo así experimentar un cambio en su forma de ver “la religión y la fe”. “Si hay gente que se deja influir por la literatura, yo me dejo influir por los escritores cinematográficos”, afirma.
A los 15 años se topó con el que desde entonces y hasta hoy es el dios más venerado de su templo, Rainer Werner Fassbinder. Un alemán que murió con 37 años y llegó a rodar 42 películas. Decía que para dormir ya tendría tiempo cuando muriera, y vivió con una intensidad que terminó siendo fatal. Era alcohólico, drogadicto, con tendencia depresiva y maltrataba a sus parejas masculinas y femeninas. No es compartido por Morata su estilo de vida, pero le parece “fascinante” y “genuino”.
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Biblioteca de Rafael Morata, con una colección del director finés Aki Kaurismäki. / FOTO G.S. |
La primera película que vio fue ‘Las amargas lágrimas de Petra von Kant’ (1972). La historia de una modista que se enamora perdidamente de su modelo femenina y entra en cólera al saber que ésta pasa una noche con un hombre. Empieza a beber y se enfrenta a sus seres queridos. “El director filma a la actriz llorando y lo hace para que se vea que las lágrimas son de mentira. Es artificio”, comenta. Cree que el año 2000 marcó un antes y un después en la forma de contar las historias en el cine. Es por eso que, con honrosas excepciones, como Aki Kaurismäki, Arturo Ripstein o su querido Pedro Almodóvar, no suele ver películas de este siglo. “Me refugio en el cine del siglo pasado. Me llama la nostalgia”.
- ¿Eres nostálgico?
- Mucho, demasiado. Un nostálgico, un melancólico. Y no, no es bueno. Creo que muchas de las cosas que ocurren en mi interior son por eso. La vuelta a tiempos pasados…
Apreciar con tal intensidad lleva al maestro a añorar la belleza de lo que quedó atrás, pero también a afrontar con esperanza lo que puede venir. “No es posible la vida sin pasión, esa es mi idea del cine”, reflexiona Morata sobre una idea que también se extrapola al resto de facetas de su vida. La de cinéfilo y docente, pero también la de socialista -convencido y militante- y sindicalista.
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Zona dedicada al cine norteamericano, con una imagen de Alfred Hitchcock. / FOTO G.S. |
Estuvo liberado durante unos años para “entregarse” de lleno a la defensa de sus compañeros a través de la Unión General de Trabajadores (UGT). También lo vivió “con mucha pasión”. Era de esos que se quedaban “hasta el final” en la oficina. Los días de exámenes de oposiciones, esperaba a las puertas del aula hasta que saliera el último aspirante, para preguntarle cómo le había ido y darle compañía. Le daba igual si era “afiliado o no”. Se recuerda a sí mismo en pleno julio, a las 15:30h, aguardando fuera del IES Siete Colinas a que saliera el último opositor, “el eslabón más débil de la docencia”. “He echado más horas como liberado que como maestro. Me impliqué mucho, lo viví con mucha pasión”, insiste.
Una noche, una mujer detuvo su paso en mitad de la calle. “¡Profe!, ¿qué tal?”, le soltó. Era la madre de un alumno de su etapa en el colegio Juan Carlos I, allá por el 2000. Habían pasado muchos años, estaba ya liberado, pero no tardó en reconocerla. “¿Qué tal está David?”, le preguntó Morata. “Que sepa que es veterinario gracias a usted”, le dijo, a lo que el maestro, sorprendido, le contestó: “Pero si yo a David le di tres años. Primero, segundo y tercero de Primaria. Después, el resto de la Primaria y todo el instituto, le han tocado muchos otros”. “Que sepa que es gracias a usted”, concluyó la progenitora.
- Para que veas un poco la coherencia. Todo lo vivo con pasión, pero, a veces, la pasión te juega malas pasadas en la salud. Mi mujer me lo dice. Pero siempre es mejor pasarse de pasión. Sí, es lo que decía Fassbinder. No es posible la vida sin pasión. ¿No?
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